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Prefacio
innecesario para “A todos los lobos”
Siempre
parece resumirse en una cuestión de gustos. Al no haber un patrón
universal o una reglamentación respecto a la creación literaria (en
este caso), las posibilidades son infinitas. Esto es lo que convierte
a nuestra tarea, en una de las más encomiables.
La
palabra puede ser modificada y amasada hasta el hartazgo. Las frases,
al fin y al cabo, son las mismas, como los sonidos. Sin embargo,
pueden parecernos distintas, casi con seguridad, por un déficit de
información.
La
combinatoria de palabras, conjunciones, artículos y demás
artefactos y artilugios literales, hace que no pueda existir una
aproximación, siquiera, a una definición de lo correcto o acertado.
Aquella
frase perfecta, pudo haber sido escrita hace cien años sin que más
de media población mundial lo supiera. Pero, por si esto fuera poco,
las posibilidades de darle un giro u otro, acrecientan las
alternativas de plagio inconsciente.
De
cualquier manera, ni está mal ni está bien escribirlo de una manera
o de otra, salvo graves errores gramaticales como sería colocar las
ruedas del vehículo en el techo.
En
tanto la visceralidad de la obra, depende en gran grado del lector.
Lo
mismo que puede emocionar a cien personas más allá de su sexo o
edad, puede no causar la mínima cosquilla a otros cientos, y esto
puede deberse a una situación personal coyuntural o social.
Por
otra parte, lo visceral no hace a la calidad de la literatura, ni el
excesivo cuidado gramatical y el trabajo arduo de un texto garantiza
su excelencia.
Pero
si lo visceral no es directamente proporcional a su calidad y el
trabajo pormenorizado de la prosa tampoco da garantías sobre la
riqueza del texto, podría concluirse en que no hay fórmula capaz de
asegurar el éxito, pues entonces, ¿en qué términos está dada su
exquisitez literaria?
He
ahí, seguramente, el punto culminante toda búsqueda artística.
Más
allá de ese punto, es imposible adentrarse en un camino por el cual,
aún los más ilustrados han fracasado.
El
placer de escribir se debate entre la emoción y la técnica. Ora
triunfando uno, ora triunfando el otro, pero el escritor avezado
debería comprender que ambos ejércitos están compuestos por seres
falibles y de dudosa moral que más tarde o más temprano nos
traicionarán ya sea abandonándonos en manos del otro, o simplemente
entregándose al enemigo.
La
lucha no es desigual, ni decisiva, sin embargo, está más allá de
nosotros.
Habría
que tener en cuenta una única cuestión a la hora de decidir hacia
qué rumbo tomar ante la hoja en blanco, y de tratar de evaluar los
beneficios y los perjuicios a los que uno se expone a la hora de
crear.
Esta
cuestión, también conocida como "miedo a la locura", está
presente en cada escritor y en cada obra. No puede menos que
evaluarse en términos de proyectos y expectativas.
Podría
citarse a Bretón, cuando en su Manifiesto Surrealista dice: “No
ha de ser el miedo a la locura el que nos obligue a poner a media
asta la bandera de la imaginación”.
Y... no sé, agrego como comentario a la frase.
No
cabe duda de que la locura sería un sitio que todos visitarían si
supieran con certeza que de ella se puede volver ileso.
Sin
embargo, como tal seguridad no existe, la humanidad ha decidido vivir
en un estado de conciencia (aunque por lo menos dudosa en tanto
virtudes), que le permite crear un mundo imaginario que ya nadie
atreve a desafiar.
Esta
necesidad social de cordura puede expresarse en mayor o menor medida,
dependiendo del temor de cada uno, o acaso de su instinto de
supervivencia.
La
visceralidad a la que se hace referencia es casi la misma que la que
pudo haber arrojado a la locura a Abelardo Castillo, hecho no
ocurrido gracias al abandono de esa visceralidad y es por eso que El
que tiene sed o
Crónica
de un
iniciado tienen un alcance literario distinto que El
evangelio según Van Hutten).
Sin
embargo, llama la atención que Poe no sea de la apetencia de
algunos. En El
pozo y el péndulo, no
sólo raya la locura, sino que abandona todo tipo de tecnicismos para
transformar su literatura en visceralidad de la más encarnizada.
De
todas maneras, la cercanía de la muerte o mejor dicho, la conciencia
de la cercanía de la muerte, se encargará en cualquier caso, de
arrojar a todo mortal a la más profunda visceralidad.
Adjunto
a este texto una carta que escribí a los diecisiete años a mi primo
Jorge Fernández, días más tarde de una discusión parecida, (si no
igual), sobre la conciencia, la sociedad y la inconciencia. Creo
conveniente hacerlo, dado que al fin y al cabo, todo se reduce a eso.
Cada
tanto puedo recordar que alguna vez perdí el control sobre mis
personajes, pero que desde que crucé de la ventana de un
departamento a un lavadero de otro, con siete pisos debajo, para
salvar del delirium tremens a una amiga, he decidido planificar mis
noveleas y escribir cuentos.
El
único inconveniente puede ser la incertidumbre de, si acaso, el
camino decidido, será el definitivo.
La
carta que adjunto (escrita en 1974) termina con la siguiente frase
que replico: "Mis más profundos deseos de realización".
Hugo
Cella
Agosto
de 2017
A
TODOS LOS LOBOS
en
especial a J.H.F. y a mí
En
determinadas circunstancias, la mente humana considera real las
inusitadas fábulas que increíblemente nos tocan vivir.
Sin
embargo, en medio de este circo ambulante, como dicen los físicos:
planeta
en rotación y traslación,
aún no conocemos nuestro verdadero sentido, si es que existe uno.
Nadie
ha sabido ubicar las imágenes de él mismo, y nadie supo conocer lo
verdaderamente NO-MEDIOCRE del hecho que consiste en sobrevivir.
Aunque
creo que hablo de sobrevivir en forma irresponsable, sin deparar en
mí mismo, olvidando que también estoy sobreviviendo, a mi pesar.
No
quisiera ahogarme en un sinfín de palabras sin dejar bien claro que
el fin de toda sustancia es el correctamente utilizado en cada uno de
nosotros. Creo que aún no somos lo suficientemente mentales como
para sobrellevar la carga atroz de una filosofía propia.
La
llaves que creemos perdidas para siempre, sólo pueden encontrarse
dentro de uno mismo, pero en ese caso, tonto sería no buscarlas.
El
dios riente supo callar a tiempo, sólo nosotros podemos utilizarnos.
No más mediocridad. No más conformismo de nuestra mente hacia
nuestra mente. Debemos llegar, (y me alegro de citar a Artaud), a la
cristalización de toda medida mental aunque inusitadamente enorme
para nuestra capacidad casi inexistente.
Por
sobre todo, me gustaría señalar que nadie logró conquistar la
situación mental propia, sin un riesgo de deterioro de su conquista,
sin embargo, y a pesar de los esfuerzos ajenos para evitar esa
conquista que les resulta molesta, se pudo realizar esa
cristalización que antes señalaba.
Quiero
dejar bien aclarado que en ningún momento me refiero a conquistas
físicas, sino, pura y exclusivamente a conquistas mentales.
MIS
MÁS PROFUNDOS DESEOS DE REALIZACIÓN.
Hugo Cella
Septiembre
de 1974