Dobrinë Stanïa, la otra
Dobrinë
Stanïa, la otra
Ahora su
vida era otra. Volvió a tocar su cara y, sin quererlo, esparció la
lágrima dividiéndola, haciéndole un pliegue. Un pliegue similar al
que ahora tenía su vida.
Se alejó
del puente -que se llamaba Sbunäià Tjënô, o algo así-, pensando
en cómo entraría la nieve por sus zapatos. Sin embargo, supo, desde
la lágrima que corría por su cara, desde el mismo instante en que
se fundió en el abrazo con aquélla, o creyó hacerlo - ahora no
recordaba si había ocurrido o era sólo un sueño -, que su vida era
otra.
Diario de
Dobrinë
Enero,
11
Entonces ya
no tiene importancia si su nombre es Elsa o Estela, o alguno similar.
Es pobre. Ahora ella cree tener un nombre y eso es lo importante. Y
tiene un pasado, y un presente, y sabe que tiene un presente. Con ese
sentimiento de certeza me alejé del puente - porque no sé si lo
viví o aún es un sueño, un sueño premonitorio -. Me alejo del
puente entre risitas en otro idioma, sosteniendo una lágrima que se
pliega sobre mi cara.
Recordaré
esta lágrima por siempre. La lágrima que me fusionó con la otra -
no sé si lo he vivido o es un sueño, un sueño premonitorio -.
Cuando
llegué al cuartucho y vi a Günter o Bjorgë o Eröd - porque nunca
supe bien su nombre -, tirado en el catre sucio, comprendí que ya no
pertenecía a ese sitio. Traté de...
Enero, 12
...no
despertarlo, un poco porque el frío dentro del cuartucho era igual o
más intenso que afuera y retomar el sueño podía ser dificultoso, y
otro tanto porque si lo despertaba, Günter o Bjorgë o Eröd - nunca
pude retener su nombre -, podía volver a pegarme.
También
recordé cuando me decía que no teníamos nada que perder, y que dos
cuerpos se abrigan juntos más que uno solo.
Yo creí.
Siempre creí, y ahí estaba la diferencia. Nunca necesité de sus
palabras ni de sus frases ingeniosas para creer.
Lo miré un
instante, sólo por mirarlo. En algún momento tuve ganas de tirarme
en el catre. Y dormir. Y no despertar. Pero toqué, otra vez, la
lágrima de frío o de miedo o de tristeza, y sacudí la cabeza para
no volver.
Junté mis
pocas cosas en un hatillo. Recordé llevarme un poco de papel y un
lápiz que había guardado en un sitio secreto. Salí lo antes que
pude.
Ese día,
cuando ya estaba en la calle empecé a escribir esto. No escribo tan
rápido ni tan bien como la otra.
Enero, 20
Hace frío.
Ahora sé que hay una otra allá, en un algún sitio confortable,
viviendo en una casa que no conozco y que está sobre una calle que
ignoro.
Sé que
ella está y debe ser una vida muy tediosa, entre músicas más
cercanas a este lugar que a aquel. Bach,
Brahms, Chopin. Escuchando
algún concierto de alguna amiga en un teatro inmenso y lujoso. Una
pianista con un extraño nombre como: Elsa o Estela. Y yo, ahora, soy
ella, la otra.
Anoche
caminé otra vez por el puente Sbunäià Tjënô, ahora hacia el otro
lado, sospechando que podría ser la última. Fue por esa razón,
quizás, que me apareció una sonrisa en el rostro. En el mismo
rostro en donde había dejado congelar la lágrima. La lágrima del
pliegue. La misma. La otra.
Febrero, 20
Lloro. A
veces lloro por la mañana. Sobre todo cuando creo que extraño el
otro lado del puente Sbunäià Tjënô. Entonces siento la cara
mojada por una lágrima que es mía. Sé - porque estuvo conmigo,
porque fuimos una durante un poco más de un segundo, la otra noche
que la soñé y no podía despertar por el frío - que allá, del
otro lado de aquel océano inmenso, hay otra que interpreta Faure en
el piano. Y que habla francés. Y que sueña que es otra muy lejos.
Cuando la
nieve entra, a veces, por mis zapatos, sé que ella se viste para ir
a un concierto. Pero ¿lo sé? ¿Lo he vivido? ¿Ocurrió o fue un
sueño? Tal vez fue un sueño premonitorio.
La otra
noche volví al puente pensando en aquella idea casi con obsesión.
Busqué un refugio cerca. Después me pregunté: ¿por qué cerca del
Sbunäiâ? No supe qué contestarme. Encontré un umbral seco, frío
pero seco, que podía servir muy bien a mis pretensiones.
Acomodé
mis pocas cosas y sequé una lágrima plegada, que no supe si era de
frío o de tristeza. No por ella...
Enero, 30
...sino por
la otra. La que sufre en otro sitio, lejos. Sé que está triste, que
quiere venir, verme, odiarme, sentirme, quererme y por fin, dejarme.
No importa.
Ella sufre. Piensa en otra vida, sin Faure. Sin teatros que se
llamarán Alahmbra, Gaúcho, Tangë, o algo así, al fin y al cabo
todos suenan igual.
Hoy hace
más frío que ayer.
Caminará
por salas inmensas. Sentirá el calor del verano - porque allá será
verano, porque tienen verano, no como acá -. Y sentirá la atmósfera
sofocante del rito y la anestesia que adormece los amores, los odios,
los adioses.
Cuando le
dije a Bjorgë - prefiero creer que se llamaba Bjorgë -, lo de la
otra, me pegó otra vez. Sé que estará nervioso esperando que
regrese. O peor, estará enojado con más ganas de golpearme.
Enero, 31
Esperé más
de una noche, soportando el frío mordaz de este maldito y frío
Budapest, estirando la mano lo necesario para recibir alguna moneda
descuidada y fría, también.
Sabía,
desde el comienzo, que el fin estaba cerca...
Febrero,
5
...tanto
que puedo sentir la nieve que penetra en mis zapatos y en los de
ella. En los finos pies, delicados, de ella que bosteza en algún
teatro escuchando una ópera o una sinfonía complicada. Y subirá a
su cuarto a dormir y no podrá. Y hará palíndromas, que en su
idioma - porque habla otro idioma que no conozco -, sonarán como: El
birrete terrible
o parecido. Y sus lágrimas, sin pliegues, no pueden salir como las
mías.
Pobre. Es
pobre. No tiene lágrimas. Es una vida agobiante. La atmósfera
sofocante del rito y la anestesia que adormece los amores, los odios,
los adioses.
Le dedico
esta lágrima, la última. En el lejano pliegue de esta lágrima está
cerca su otra vida. Sé que la siente tanto como yo. Y por eso hace
palíndromas. Y hace anagramas con el nombre de ella que no imagino
como es, pero que suena a reina o algo así.
Ella es la
reina y yo...
Febrero, 6
Bjorgë no
tardó en encontrar mi escondrijo del umbral oscuro y frío de la
casa abandonada del otro lado del puente.
Me levantó
tomándome por mis pocas y frágiles ropas y, rompiéndome, en el
envión, la solapa del chaleco negro, me tiró sobre la vereda.
Me levantó
otra vez. Me abofeteó en el pómulo. Olí su mano grasienta. Sentí
su mano sucia golpearme el pómulo. El frío colaboró haciendo más
violenta la escena y aún más doloroso el golpe. Así, medio
arrastrándome y medio caminando, me trajo al cuartucho.
Bjorgë se
ocupó de colocar mis pocas cosas en los sitios de antes y no pude
aguantar. Comencé a llorar, al principio con algún esfuerzo, pero
luego suave y sostenido. No quise apagar las lágrimas porque me
refrescaban la cara y me calmaban el dolor del golpe. Ella estaría
sufriendo una pena de amor, lo sabía.
Lo sabía
porque nunca me habían dolido tanto los golpes como ahora. Es porque
ella está sufriendo. Se lo conté a Bjorgë y dice que estoy loca,
que mi vida termina aquí y que nadie me espera en ningún puente.
Pero yo sé que ella está pensando en mí y está sufriendo. Esa
reina. Es la reina y...
Cercana.
Marzo, 15
Cada tanto
puedo escaparme al frío puente. Puedo ver, con algún esfuerzo, a
los chicos jugar con la nieve. Ver a otros patinar sobre el Danubio
congelado. Me apoyo sobre borde del puente, apretando los puños para
que me dé calor y pienso en ella que sufre lejos, que sabe que soy
su mitad. O soy yo quien cree que ella es mi mitad. O ni yo ni ella
sabemos con exactitud qué mitad somos de cuál. Al fin, no somos ni
ella ni yo. Somos la otra.
Marzo, 28
Sé que se
acerca el día. Lo supe cuando esta mañana, Bjorgë, que estaba
despierto cuando abrí los ojos, mi miraba como entendiendo. No quiso
pegarme y puso un trozo de pan sobre una caja como invitándome a
comerlo.
La
temperatura había bajado aún más o eso parecía. Me preguntó si
era ese día. Le dije que no, pero que el día estaba muy cerca. Creo
que Bjorgë tiene miedo, mucho más que yo.
Abril, 7
Ella me
esperará en el puente. Lo sé. Mañana a las cinco de la tarde. Ella
saldrá del hotel Ritz y con poco abrigo - porque ella de allá no
sabe lo que es acá -, sólo con un traje azul. Mañana.
Abril, 8
Ya es la
hora. Voy hacia el puente. La veo. Me ve. Podemos tocarnos.
Ella me
abraza y ahora mi vida es otra, lo sé.
No soñaré
con fríos Budapest ni con nieves. Volveré a mis propias penas de
Buenos Aires. Conciertos de Faure y galas nocturnas más frías que
las frías calles de Budapest.
Ella
quedará con Günter o Bjorgë o Eröd, o como se llame. Para bien o
para mal, compartirá su pan y su desdicha. Pero no estará sola.
Ella lo sabe, aunque no quiera.
Vuelvo a
tocar mi cara y, sin quererlo, esparzo la lágrima dividiéndola,
haciéndole un pliegue. Un pliegue similar al que ahora tiene mi
vida.
Me alejo
del puente - que se llama Sbunäià Tjënô, o algo así - pensando
en cómo la nieve entrará por sus zapatos. Sin embargo, sé, desde
la lágrima que corre por mi cara, desde el mismo instante en que me
he fundido en el abrazo con aquélla, que mi vida es otra.